sábado, 14 de febrero de 2015

Troccoli, mucho mas que un torturador


El torturador uruguayo le pide 40.000 euros a periodista italiana por la entrevista

http://www.rai.tv/dl/RaiTV/programmi/media/ContentItem-d826ab3e-f18a-40c1-99b7-4ea8c6a02fb7.html
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Troccoli un agente de la logía criminal masónica Propaganda Due en Uruguay

Reacciones. La sombra de la P2 y la onda expansiva sobre los países del Plan Cóndor

El efecto Tróccoli

Roger Rodriguez |

 07 de enero de 2008

“Cuando en Italia se habla de Uruguay y de su dictadura, de inmediato surge la historia de las operaciones de la Logia Propaganda Due (P2) que en los años de los gobiernos militares en el Cono Sur tenía una de sus sedes de operación política y financiera en Montevideo”, sostiene un periodista italiano que fue entonces corresponsal en Uruguay.
La observación se confirma en una serie de artículos publicados por la prensa italiana en las últimas semanas, desde que Tróccoli fue detenido por orden de la jueza Luissana Figliola por un pedido del fiscal Gianncarlo Capaldo, quien indaga desde hace ocho años los crímenes contra descendientes de italianos en el marco del Plan Cóndor.
Con el arresto de Tróccoli, el fiscal Capaldo logró que se reactivara un caso que había quedado encajonado en la Justicia italiana y pudo desempolvar una orden de captura sobre 140 represores de Argentina, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay, donde los ciudadanos italianos fueron desaparecidos. En toda la región hubo repercusiones.


Calvi apareció colgado bajo el puente Blackfiars del Támesis en Londres

La marca de la P2

el “venerable” Lucio Gelli
La Propaganda Due es una Logia masónica que adquirió total poder en Italia y se expandió hacia Sudamérica durante los pontificados de Pablo VI (1963-78) y Juan Pablo II (1978-2005), en los que el “Instituto per le Opere di religione” se convirtió en fachada de operaciones de lavado de dinero de la mafia a través del Banco del Vaticano.
Las historias de corrupción, que incluyen la sospechosa muerte de Juan Pablo I (1978), señalan al arzobispo norteamericano Paul Marcinkus, quien al frente del banco papal se asoció con el banquero Michele Sindona y con el jefe del vaciado Banco Ambrosiano, Roberto Calvi, quienes realizaron misteriosas inversiones con el dinero del Vaticano.
Sindona terminó preso por desfalco y fue envenenado con cianuro en una cárcel de alta seguridad. Calvi apareció colgado bajo el puente Blackfiars del Támesis en Londres. En ambas muertes se ha marcado la responsabilidad de la Propaganda Due, la logia creada por , aún preso hoy en una cárcel italiana.


El venerable

Licio Gelli nació en Pistoia el 21 de abril de 1919. En 1936 participó como voluntario en la Guerra Civil española. En 1940 se afilió al Partido Nazionale Fascista, del que pasa a ser dirigente en su ciudad natal, donde protagonizó una serie de incidentes al frente de grupos fascistas. En 1965 se integró a la masonería y un año más tarde a la Propaganda Due, con la que constituirá diez años más tarde en Río de Janeiro una superlogia internacional (la Organización Mundial del Pensamiento y la Asistencia Masónica, Ompam), con la que, en el marco del Plan Gladio, habría alentado acciones terroristas en toda Europa. Miembro de la Orden de los Caballeros de Malta, Gelli trabó amistad con el exiliado Juan Domingo Perón en España, y llegó a acompañarlo en su regreso a Buenos Aires en 1973, cuando se produjeron los incidentes del aeropuerto de Ezeiza. Amigo de José López Rega, adquirió singular poder en el gobierno de Isabelita Perón. Sus inversiones en Argentina, lo transformaron en amigo de la junta militar que dio el golpe de Estado en 1976, particularmente con el almirante Eduardo Massera, que sería uno de los que le conectaría con altos círculos de la dictadura de Uruguay, donde su socio Umberto Ortolani se constituyó en representante de su logia y sus negociados. En 1980, el vaciamiento del Banco Ambrosiano del Vaticano y la muerte del banquero Roberto Calvi, lleva a que en un allanamiento en una casa de Carrasco, el inspector Víctor Castiglioni de la Dirección Nacional de Información e Inteligencia (DNII) encuentre los archivos de la “P2″ que involucraban a personalidades de todo el mundo. Los archivos de la “P2″ se constituyeron en una poderosa carta de poder del régimen militar y sus predecesores, aunque su contenido, con los nombres de quienes estaban implicados en la logia, sus negocios y acciones, todavía continúa siendo un secreto que en Uruguay no se ha terminado de conocer. Gelli podría revelarlo ahora en televisión.
http://www.lr21.com.uy/justicia/121521-el-crimen-del-banquero-de-dios-y-la-conexion-uruguaya

Dinero de la Logia

La pasión y debate que en 1973 provocó entre democristianos gobernantes y comunistas opositores de Italia el golpe de Estado en Chile no se repitió tres años después, cuando se inició la dictadura en Argentina. Isabel Perón no era Salvador Allende, sintetiza el periodista Mauricio Mateuzzi en un artículo de “Il Manifiesto”.
Mateuzzi recuerda que en esos días la Logia P2 de Lucio Gelli compraba “Il Corriere Della Sera” para iniciar su más fuerte industria financiera con intereses en Argentina, donde adquirieron el Grupo Rizzoli y la Editorial Abril. La dictadura argentina fue una aliada de la Logia de Gelli en cuyas listas aparecía buena parte del gobierno italiano.
En Uruguay, Gelli también dirigía inversiones a través de su socio Humberto Ortolani quien instalaría en Montevideo la Banca Financiera Sudamericana (Bafisud) y entre inversiones agropecuarias y financieras sería uno de los fundadores de la pesquera Astra SA. El Bafisud quebró y la terminal de La Paloma terminó estatizada.

Los socios de Gelli

Cuando Licio Gelli desembarcó en el Cono Sur, las dictaduras le abrieron las puertas. Para el general Alfredo Stroessner, Gelli era anticomunista y por lo tanto aliado. En Chile, se asoció con el general Manuel Contreras. En Argentina, con José López Rega (y su Triple A) y con el almirante Emilio Eduardo Massera, ambos integrados a la P2.
En Uruguay, Gelli operaba desde la sede de Orden de Malta, la empresa Promociones y Servicios del Edificio Artigas y se había asociado con importantes estudios jurídicos. Los generales Julio César Vadora, Luis Queirolo, Eduardo y Rodolfo Zubía, entre otros, lo ampararon, a diferencia del general Gregorio Alvarez, quien dejó morir el Bafisud.
En 1981 el inspector Víctor Castiglioni de la Dirección Nacional de Información e Inteligencia (DNII) comandó un allanamiento en Carrasco en que se incautó el archivo de la P2, donde figuraban los miembros uruguayos de la Logia. Esa lista negociaron en sucesivas visitas los primeros ministros italianos Giulio Andreotti y Bettino Craxi.


De Gladio al Cóndor

Licio Gelli había participado de la Operación Gladio, una organización terrorista secreta anticomunista creada en Europa Occidental luego de la segunda guerra mundial, con financiación de la CIA norteamericana y el M16 británico para generar una “estrategia de tensión” que impidiera el acceso al poder de gobiernos comunistas o socialistas.
En Gladio, Gelli conoció al neofascista Stefano Delle Chiaie (Avanguardia Nazionale) y al terrorista ultraderechista Vincenzo Vinciguerra, quienes participarían directamente en uno de los más importantes atentados elaborados por la coordinación represiva del Plan Cóndor: el intento de homicidio contra el chileno Bernardo Leigthon en Roma en 1974.
Entre 1973 y 1976 los represores uruguayos (OCOA y SID) actuaron en Buenos Aires en coordinación, primero con la Triple A de Rega y luego con el Batallón 601 que comandaba el general Guillermo Suárez Mason, miembro de la P2. En 1977, Tróccoli operó desde el Fusna con el propio Emilio Massera, cabecilla de la P2 en Argentina.

¿Ayuda diplomática?

Cuando era evidente su procesamiento, junto al dictador Gregorio Alvarez y su camarada de armas Juan Carlos Larcebeau, el capitán Tróccoli decidió fugar a Italia. No compareció en el último interrogatorio judicial y fue requerido internacionalmente por el juez penal Luis Charles. Su abogado, Gastón Chaves, dijo que estaba embarcado.
Tróccoli había comenzado a tramitar la nacionalidad italiana en 1996, apenas fue denunciado como represor del Fusna en la revista Posdata, pero un año antes había acompañado al embajador uruguayo en una supuesta “misión oficial”. El embajador uruguayo en Italia era Julio César Lupinacci, el embajador ante Caracas cuando el secuestro y desaparición de la maestra Elena Quinteros de la Embajada de Venezuela en 1976.
Diplomático de la dictadura, Lupinacci fue quien en 1993 envió desde Italia una foto de la última víctima del Plan Cóndor, el chileno Eugenio Berríos, quien aparecía “vivo” en Milán tres meses después de muerto. Lupinacci casualmente fue embajador ante Chile, Naciones Unidas, Argentina y en 2000, Jorge Batlle lo designó en el propio Vaticano.

La causa de Capaldo

El fiscal Gianncarlo Capaldo comenzó a indagar sobre los italodescendientes desaparecidos en Sudamérica a fines de los años noventa, al igual que su colega español Baltasar Garzón, cuando en los países que habían sufrido las dictaduras se habían impuesto leyes de amnistía, obediencia debida y punto final.
Desde 1999 se comenzaron a presentar los primeros casos de uruguayos que incluían a Daniel Banfi, asesinado en 1974, Bernardo Arnone, Gerardo Gatti, Juan Pablo Recagno, desaparecidos en 1976 y Andrés Bellizzi desaparecido en 1977. Capaldo viajó a Argentina y Uruguay en 2002, pero no tuvo apoyo de ambos gobiernos.
Tróccoli pudo fugar a Italia para evitar la extradición por su condición de ciudadano, pero es probable que no supiera que en la causa de Capaldo se habían agregado los casos de Edmundo Dossetti, Iliana García Ramos, Julio César D´Elía, Yolanda Casco, Raúl Borrelli y Raúl Gambaro desaparecidos en 1977, cuando él operaba en el Fusna.


La “conexión” Tróccoli

Suponer que el capitán de navío Jorge Tróccoli haya logrado una “conexión” con los resabios de la Propaganda Due para escapar de la Justicia uruguaya y ser sobreseído ante las leyes de Italia, parece tan improbable como haber creído treinta años atrás que existía una coordinación internacional represiva financiada por una logia masónica.
Tan improbable como que se lleguen a esclarecer los verdaderos entretelones que la logia de Lucio Gelli tuvo (¿y tiene?) en Uruguay desde los años de la dictadura y durante los sucesiv
os gobiernos electos en los que nunca se reveló ni lo ocurrido con las cuentas del Bafisud, ni con el contenido del archivo de la P2 y sus miembros uruguayos.
En Italia, sin embargo, la sombra de la P2 sigue latente y su fantasma suele aparecer en la prensa cada vez que en los tribunales superiores de Justicia se concretan sentencias dudosas que suelen beneficiar a sospechados de integrar grupos mafiosos económicos o políticos, o casos de corrupción que todavía no se han aclarado.

Un mal antecedente

El periodista Claudio Tognonato en “Il Manifiesto”1 (27/12/07) recuerda que no es la primera vez que la policía italiana arresta a un represor sudamericano. El 6 de agosto del año 2000 había sido detenido el argentino Jorge Olivera requerido por la Justicia francesa por la desaparición de Marie Anne Erize, en Buenos Aires en octubre de 1976.
Olivera, ex mayor del Ejército argentino, abogado y vinculado a la P2, dirigió un campo de concentración en la Provincia de San Juan y se vanagloriaba de haber sido el primero en violar a la desaparecida francesa. En 1985 llegó a ofrecerse como abogado defensor del nazi Eric Priekbe, cuando el criminal de guerra fue detenido en Bariloche.
Sin embargo, el 18 de agosto de 2000, la Cuarta Corte de Apelaciones de Roma emitió en secreto una imprevista sentencia de excarcelación y Olivera, que estaba detenido, como hoy Tróccoli, en la cárcel de Regina Coeli de Roma, pudo escapar de Francia al embarcar en un avión a Buenos Aires. Tróccoli, al menos, no podría regresar a Uruguay.


QUIEN ES JORGE TROCCOLI?

Mentiras verdaderas

La confesión del capitán de navío Jorge Tróccoli tiene muchos claroscuros y algunas ambigüedades imposibles de ignorar. Su afirmación de que no mató ni sabe nada sobre desaparecidos está en entredicho.

Por Samuel Blixen


Doctor Jeckyll y míster Hyde: Jorge Tróccoli era un entusiasta estudiante de antropología con cierto carisma que lograba disimular la brecha generacional con sus compañeros de la Facultad de Humanidades. La diferencia de edad era suplida con una inteligencia ingeniosa y una simpatía que combinaba el buen humor, destellos de una formación cultural, y algunos desplantes cuarteleros, ciertos tics irreprimibles pero no del todo molestos. Los estudiantes de los talleres de antropología habían aceptado a aquel marino retirado que, además, era un "viejo".
Eso hasta el pasado domingo 5, cuando el diario El País publicó su larga carta de justificación sobre su protagonismo en el terrorismo de Estado desplegado por la dictadura.
El lunes 6 un Jorge Tróccoli inusualmente hosco, concurrió a la clase de antropología y permaneció mudo en medio de un ambiente tenso. El pasado oculto había pulverizado la simpatía y hecho añicos la corriente de cordialidad. El capitán de navío retirado estaba decidido a continuar con sus estudios, cualesquiera fueran los efectos de su confesión. Para el resto de los alumnos, la presencia de Tróccoli en las aulas era la materialización de un pasado que no llegaron a vivir, que no está aún en los libros de historia, que se aprehende en medio de una polémica evidentemente desgarradora.
La irrupción del pasado los convertía en protagonistas inesperados de un epílogo inconcluso. Era el desconcierto: aquel veterano simpático resultaba ser un profesional de la violencia, según sus propias palabras, un hombre que había aprendido a torturar con "eficiencia" pero sin "odios" y que confesaba haber asumido la contradicción de despedirse cada noche de sus hijos con un beso para sumergirse en un "aquelarre" de gritos, golpes, capuchas y picanas.
Era imposible ignorar la evidencia. Qué hacer, qué actitud asumir, cómo resolver la encrucijada ética? A la iniciativa de su confesión, Tróccoli sumaba la determinación de enfrentar el juicio de los demás. No les ahorraba nada a sus compañeros de clase como no lo hizo con sus colegas de tortura y sus mandos, a quienes emplazó a extender el "sinceramiento". Los estudiantes de antropología discutían hoy, viernes, en una asamblea, el delicado conflicto y trataban de delimitar el alcance de sus obligaciones y sus potestades.
Es el anverso de la caducidad, que puede renunciar a la potestad punitiva, pero no puede eliminar el conflicto cotidiano puesto que los perdonados por ignorancia, los "ciudadanos de primera categoría" viven con el resto: caminan por la calle, saludan a sus vecinos, discuten de fútbol, y van a clase. La clave consiste en establecer quién es realmente Jorge Tróccoli.



Doctor Jeckyll

Hay un retrato que surge de sus propias palabras: Jorge Tróccoli era un guardiamarina repleto de sueños sobre barcos, viajes y navegaciones, que en 1967 se enfrenta a la realidad de reprimir a los trabajadores de UTE y ANCAP, que en 1969 debe reprimir a los empleados bancarios y que en 1971 es instruido para participar en la "guerra contra la subversión". En 1973 adhiere al golpe militar "ilusionado" por la "increíble mentira" de los comunicados 4 y 7, y en 1974 se convierte en un "profesional de la violencia", se sumerge en el "combate" y asume una lógica que lo transforma en torturador, aunque no tiene posibilidades de decidir sobre esa "lógica" elaborada por políticos y jefes militares. En el Fusna (Fusileros Navales) interroga a detenidos y "trata inhumanamente a los enemigos". Hasta ahí llega la confesión. "No me pregunten detalles dolorosos", dice, poniendo límites a las revelaciones. Hay, sin embargo, otro retrato, que se completa con lo que Tróccoli no dijo, con pedazos de verdades ocultas que reclaman otras confesiones. En las profundidades de la verdad hay otros planos de sinceramiento, que no desvirtúan el valor de la confesión inicial, sólo si su ocultamiento responde a una comprensible inhibición. En su extensa carta hay omisiones que sería preferible no atribuir a una estrategia de enmascaramiento, que puede apuntar a la confusión. Sin duda, como él mismo dice, corresponde a las "instituciones" (civiles y militares) asumir la globalidad de la verdad; pero su paso está incompleto. Si Tróccoli asume, es menester que asuma todo.



Míster Hyde

Al asumir su condición de torturador, Jorge Tróccoli aclara que "no maté a nadie ni sé nada del tema de los desaparecidos, pero no por un altruismo humanitario", sino porque, "afortunadamente no me tocó vivir esa situación". La afirmación debe tomarse con pinzas. A saber: El puesto de "combate" en el Fusna lo convirtió a Tróccoli en jefe del S-2, es decir, el departamento de inteligencia de la unidad. Como tal jefe de inteligencia coordinaba las operaciones a nivel de la OCOA, un organismo central de las Fuerzas Armadas para la lucha antisubversiva. Informaciones de prensa (El Observador, lunes 6) sitúan a Tróccoli operando en Buenos Aires en el centro clandestino de detención conocido como Automotores Orletti. Allí tenían su base de operaciones los destacamentos de militares uruguayos que desplegaron la represión en Argentina. Allí fueron interrogados y torturados la mayoría de los uruguayos desaparecidos.
Por allí pasaron Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz, allí estuvieron Gerardo Gatti y León Duarte.
Sólo algunos de los oficiales de las Fuerzas Armadas uruguayas que operaron en Orletti, entre mayo y diciembre de 1976 fueron identificados por las víctimas que sobrevivieron. Tres oficiales (José Gavazzo, Jorge Silveira, Manuel Cordero) y un policía (Hugo Campos Hermida) fueron procesados por la justicia argentina por sus actividades en Buenos Aires; pero muchos otros permanecen "compartimentados", en la medida en que los sobrevivientes de Orletti no han logrado identificarlos.
Algunos de ellos tienen la convicción de que entre los "desconocidos" había un oficial de la marina, como había un policía, puesto que los comandos en Argentina respondían a la OCOA. Jorge Tróccoli no ha dicho una sola palabra sobre su presunta participación en Orletti, un extremo que insisten en asegurar fuentes militares.
Si su presencia en Orletti está aún desdibujada, su participación en los sótanos de la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada) parece más comprobada.
Los dos supuestos miembros de la inteligencia de la Armada entrevistados por Posdata (26 de abril) sostienen que Tróccoli fue designado en la ESMA como "coordinador" a partir de las incursiones de oficiales de la Armada argentina en Montevideo, a mediados de 1977. La captura de un dirigente montonero en Colonia activó la "reciprocidad" uruguaya con Argentina: así como en 1976 las Fuerzas Armadas argentinas aportaron la infraestructura y el apoyo operativo a sus colegas uruguayos, el Fusna hizo lo mismo con sus colegas de la ESMA.
En los operativos realizados en Montevideo y en balnearios de la Costa de Oro fueron detenidos varios montoneros: tres de ellos fueron interrogados en el Fusna y después trasladados clandestinamente a Buenos Aires. Los tres figuran como desaparecidos. Tróccoli, como jefe de inteligencia, participó directamente en la captura, en los interrogatorios y en los traslados. No ha dicho nada sobre ese episodio, y tampoco lo ha desmentido.
Los operativos contra los montoneros permitieron a la inteligencia del Fusna desmantelar la estructura clandestina de los GAU (Grupos de Acción Unificadora), algunos de cuyos dirigentes, como Héctor Rodríguez y Ricardo Vilaró, ya habían sido detenidos, interrogados, procesados y encarcelados.
La acción contra los GAU comenzó con una coincidencia: uno de los montoneros capturados en Uruguay tenía una cédula de identidad uruguaya. Al allanar el domicilio de la persona a quien correspondía el documento, fue incautado material que permitió desmantelar la estructura. La represión de los GAU fue dirigida por Tróccoli.
Decenas de militantes fueron detenidos y torturados en las dependencias del Fusna. También hubo detenciones en Buenos Aires, que según Posdata fueron realizadas por comandos de la ESMA; cuando Tróccoli se trasladó a Buenos Aires para interrogarlos se encontró con que -según esa versión- los uruguayos ya habían sido "desaparecidos".
Los entrevistados de Posdata mencionan los nombres de dos desaparecidos, Fernando Bosco y Luis Fernando Martínez. Sin embargo, la historia no parece ser exactamente así: en el comunicado que brindaron las Fuerzas Conjuntas el 18 de marzo de 1978, sobre el "desbaratamiento de la Organización Subversiva", se aportaba una extensa lista de nombres, entre personas detenidas y procesadas y otras identificadas como pertenecientes a la estructura. En esa lista aparecen tres nombres (Alberto Corsch Lavina, Luis Fernando Martínez y José Enrique Michelena) que hoy integran la lista de desaparecidos del GAU en Buenos Aires. Estos tres desaparecidos y otros, entre ellos Gustavo Arce, José Gambaro, Julio D'Elía y su esposa Yolanda Casco, fueron detenidos, o permanecían vivos, cuando ya el teniente de navío Tróccoli se trasladó a Buenos Aires, a fines de 1977. (El hijo de Julio y Yolanda, nacido en cautiverio, apareció en 1995 en poder de un oficial retirado de la Armada argentina.)
Todos ellos fueron vistos con vida en centros clandestinos de detención en marzo de 1978, según el testimonio aportado en Suecia por el exiliado Washington Rodríguez a organismos internacionales; de modo que el argumento de los funcionarios de inteligencia naval, en el sentido de que "los argentinos los mataron antes de que llegara Tróccoli", es inconsistente. Otros testimonios sugieren que algunos de los desaparecidos del GAU fueron vistos en Montevideo, después de su captura en Buenos Aires.
Tanto en su calidad de jefe del S-2 en el Fusna como de coordinador en la ESMA, Tróccoli participó en la represión a los GAU. De ello no ha dicho una sola palabra: no desmintió, hasta ahora, la afirmación de que había operado en Buenos Aires en 1977 y 1978 ni reveló los entretelones de la suerte corrida por los detenidos.
Dice en cambio que no mató a nadie y que no sabe nada sobre desaparecidos, porque no le tocó vivir esa situación. Los pliegues de la verdad sugieren otra cosa: sin duda le "tocó vivir esa situación", y evidentemente sabe algo sobre desapariciones, pero guarda silencio. Puede que sepa mucho, y en ese caso su "confesión" adquiere otros tintes. En cualquier caso, se impone que levante la autointerdicción, para que su confesión no quede chueca, en el mejor de los casos; o que, en el peor de los casos, soporte la sospecha de la vieja práctica de decir un pedacito de la verdad para contrabandear una gran mentira.



BRECHA. Edición del Viernes 10 de Mayo de 1996

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